Pero se puede decir sin malas palabras -dijo el coronel, y mostró las suelas de sus botines de charol-. Estos monstruos tienen cuarenta años y es la primera vez que oyen mala palabra.
Eso me dio pie para mi doble deducción de que había salido usted con mal tiempo y de que tiene un ejemplar de doméstica londinense que rasca las botas con verdadera mala saña.
Unas botas que le llegaban hasta la media pierna, y que estaban festoneadas en los bordes superiores con rica piel parda, completaban la impresión de bárbara opulencia que producía el conjunto de su aspecto externo.
Pero lo más singular es que aquellos doce pares, o sea los veinticuatro pollinos, en vez de llevar herraduras como todos los demás animales de tiro o de carga, llevaban botas de cuero como las que usan los hombres.