Para mantener la trayectoria, los barrenadores empleaban sistemas de posicionamiento satelital, así como paleontólogos que usaban fósiles excavados para confirmar que estuvieran a la profundidad correcta.
Pero en todo esto hubo un suceso lamentable: el empresario y paleontólogo aficionado Marcelino Sanz de Sautuola murió en 1888, sin lograr que el mundo oficial reconociera la importancia de su descubrimiento y el de su hija.