Hemos sido testigos con demasiada frecuencia de la frustración y el sufrimiento que puede causar la inacción de la comunidad internacional, inerte de cara a la agresión.
Una convivencia, en fin, que exige el respeto a nuestra Constitución; que no es una realidad inerte, sino una realidad viva que ampara, protege y tutela nuestros derechos y libertades.