Lamentablemente, ante este hecho nos embarga la tristeza cuando vemos una organización como ésta, las Naciones Unidas, doblegada, sumisa y complaciente, que aplaude, en el camino al cadalso, su propia ignominia.
En esos años, escribir fue jugar un juego que me celebraba la familia, una gracia que me merecía aplausos, a mí, el nieto, el sobrino, el hijo sin papá, porque mi padre había muerto y estaba en el cielo.