En 1930, el industrialista americano Henry Ford tenía una gran obsesión: granos de soya.
Extraía el aceite para hacer esmalte para pintar sus autos, los hacía polvo para crear piezas de plástico y alentaba a granjeros para que hicieran crecer la planta al máximo.
Pero no solo usaba la soya para sus máquinas, en la Exposición Mundial de Chicago hizo un festín en torno a la soya.
El ingrediente había sido clave en la cocina asiática por siglos, pero, en la cena de Ford, llena de sustitutos de leche, carne y gluten, avanzó más en su integración.
Hoy, la soya está en tantas comidas que las personas consumen todos los días sin saberlo.
Entonces, ¿qué hace a la soya tan versátil?
Y ¿es nuestra obsesión global saludable o dañina?
La soya se cultivaba en Asia hacía cinco mil quinientos años, pero desde entonces se expandió por el mundo.
Parte del éxito de la soya es que es un cultivo barato y de fácil crecimiento en diferentes condiciones.
Una vez madura, la soya tiene una alta densidad de proteínas y grasas, ingredientes que en los últimos años han sido usados en todo, desde la mayonesa hasta el plástico biodegradable.
