Aumento de temperatura a nivel del mar, sequías devastadoras, cambios en el paisaje... Adaptarse con éxito al cambio climático es cada vez más importante.
Para los humanos, esto significa usar los avances tecnológicos para encontrar soluciones, como ciudades inteligentes, y una mejor gestión del agua.
Sin embargo, para plantas y animales, adaptarse a estos cambios globales implica recurrir a la solución más antigua de todas: la evolución.
La adaptación evolutiva se produce por lo general a lo largo de una escala de tiempo de cientos de miles de años.
En los casos donde las especies están especialmente en situaciones selectivas, como las provocadas por el rápido cambio climático, la evolución adaptativa sucede más rápidamente.
En las últimas décadas, muchas plantas, animales e insectos han sufrido cambios en su hábitat, el tamaño corporal y los períodos de floración y reproducción.
La mayoría son cambios plásticos o no hereditarios respecto a los rasgos físicos de un individuo, y los cambios fisiológicos que puede experimentar un organismo son limitados para adaptarse a las exigencias del entorno.
Es por eso que los científicos buscan ejemplos de cambios evolutivos codificados en el ADN de las especies que sean heredables, duraderos y que puedan proporcionar una solución para su futuro.
Por ejemplo, el cárabo.
Si uno se encontraba en un bosque invernal en el norte de Europa hace treinta años, lo más probable era que oyera, en lugar de ver, a esta ave esquiva.