A principios de los ochenta, cuando tenía quince años, mi padre me reveló que no era hija única.
Tenía una hermanastra que vivía en la otra punta de Alemania, en la República Socialista.
Hasta entonces, sabía que mi padre había huido de la Rda poco antes de la construcción del muro, pero no sabía nada de su primer matrimonio.
Solo ahora que había fallecido mi abuela materna, mis padres se atrevían a confesarme este secreto familiar.
Por suerte, a mí, esta inesperada ampliación familiar, me pareció muy guay: por fin entendía a quién iban dirigidos los paquetes que mi padre enviaba a la Rda desde que tenía uso de razón.
No era el único: la división de Alemania separó a muchas familias: esto provocó que el envío del llamado "Westpaket", el paquete del Oeste, se convirtiese en una tradición muy alemana hasta la caída del muro.
Los carteles de las oficinas de Correos del Oeste instaban a sus ciudadanos a ayudar a sus pobres hermanos y hermanas del Este.
En la RDA, aislada económicamente, faltaban muchos productos.
"Regalos, no mercancías" era la frase que tenía que poner el paquete, y el contenido tenía que respetar la estricta normativa de la RDA, sino lo enviaban de vuelta.
Estaban prohibidos periódicos, libros, casetes, vinilos, medicamentos, mapas, carretes, juguetes, vehículos, relojes, dinero, caramelos para la tos, y mucho más.