En 1898, un escritor estadounidense publicó una novela donde un gigantesco barco, llamado Titán, chocapa contra Unicever en el Atlántico Norte y se hundía con cientos de pasajeros.
Catorce años después, el Titanic vive una historia con asombrosas similitudes.
Fue una casualidad o fue una especie de advertencia escrita antes de tiempo.
El autor se llamaba Morgan Robertson y su novela, titulada "Futilidad", contaba la travesía de un transatlántico considerado insumergible, que navegaba a gran velocidad con muy pocos botes salvavidas, hasta que una noche de abril se encontraba con un iceberg y desaparecía en la agua helada del Atlántico.
Después de la tragedia real de 1912, muchos creyeron que aquel libro había sido una profecía.
Lo inquietante fue comprobar cuántos paralelos había entre la ficción y la realidad.
El Titán medía en torno a doscientos cuarenta y cuatro metros, el Titanic doscientos sesenta y nueve.
Uno viajaba a veinticinco nudos y el otro a veintidós.
Ambos se hundieron en abril en el Atlántico Norte, después de un golpe en el costado de Estibor, y en ambos casos los botes salvavidas eran insuficientes para todos.
La sensación de deja vu fue tan poderosa que la novela se convirtió en todo un fenómeno.
