La primera vez que pasé por la carretera que sale de Madrid dirección noroeste, pensé que estaba alucinando.
En las montañas de la Sierra de Guadarrama, a menos de cincuenta kilómetros de la capital española, vio surgir una cruz gigantesca.
Decido acercarme.
Es la cruz más alta del mundo, y se alta a más de ciento cincuenta metros de altura en lo que se conoce como el Valle de los Caídos.
Los Caídos por la Patria, claro.
La famosa cruz está sobre una basílica inmensa, de más de doscientos sesenta metros de largo, excavada directamente en la roca.
¡Solo entrar!
Ya me da escalofríos.
Hace frío, está oscuro, y un arcángel armado con una espada me vigila.
Avanzo por la inmensa nave, y de repente me doy cuenta de que me encuentro en un monumento de la dictadura franquista.
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