Sabían bordar con bastidor, coser a máquina, tejer encaje de bolillo, lavar y planchar, hacer flores artificiales y dulces de fantasía, y redactar esquelas de compromiso.
¡Qué bien lleva su pasada belleza, gallarda todavía, como en roble, el pañuelo amarillo de talle, en invierno, y la falda azul de volantes, lunareada de blanco!
Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de sus pollerinas y trató de agarrarse de la sábana para no caer, en el instante en que Remedios, la bella, empezaba a elevarse.
De una tela encantadora, color tabaco con brillo de seda, la falda con delicados arrequives y frunci- dos; el corpino a la última moda, con un pequeño volante de fino encaje en el cuello.
Y el mío -añadió Sancho-, pues no he visto en toda mi vida randera que por amor se haya muerto; que las doncellas ocupadas más ponen sus pensamientos en acabar sus tareas que en pensar en sus amores.
Su vestido, que en la buhardilla le había parecido tan delicado y bonito, se le presentaba ahora simple y ordinario; demasiado simple y ordinario, pensaba, entre todas aquellas sedas y encajes que brillaban y crujían en torno.