Pronto será de noche -dijo-. Entonces podré acaso ver el resplandor de La Habana. Si me hallo demasiado lejos al este, veré las luces de una de las nuevas playas.
Pero ahora en la oscuridad y sin que apareciera ningún resplandor y sin luces y sólo el viento y sólo el firme tiro de la vela sintió que quizá estaba ya muerto.
Luego vino aquel mareo, aquella confusión, el irse diluyendo como en agua espesa, y el girar de luces; la luz entera del día que se desbarataba haciéndose añicos; y ese sabor a sangre en la lengua.