Ocupada en observar las atenciones de Bingley para con su hermana, Elizabeth estaba lejos de sospechar que también estaba siendo objeto de interés a los ojos del amigo de Bingley.
En vano eran, pues, todas sus atenciones, en vano e inútil todo su afecto por la hermana de Darcy y todos los elogios que de él hacía si ya estaba destinado a otra.
Por el contrario, Darcy había visto una colección de gente en quienes había poca belleza y ninguna elegancia; por ninguno de ellos había sentido el más mínimo interés y de ninguno había recibido atención o placer alguno.