Yo estaba en la sala contemplando el desierto espectáculo de los muebles amontonados cuando oí la voz de mi madrastra en el cuarto advirtiéndome que podía contraer una pulmonía.
Su marido compartía la aversión a los aires andinos, y la disimulaba con argumentos variados: los peligros de la altura para el corazón, el riesgo de una pulmonía, la doblez de la gente, las injusticias del centralismo.