En aquel instante llegó a sus oídos una gran carcajada, volvióse, y vio en las ramas de un árbol un viejo papagayo que estaba arreglándose con el pico las escasas plumas que le quedaban.
La mujer lo examinó. Pensó que no. El coronel no parecía un papagayo. Era un hombre árido, de huesos sólidos articulados a tuerca y tornillo. Por la vitalidad de sus ojos no parecía conservado en formol.
Ahora los chicos están jugando al papagayo, que básicamente es como un cometa, una especie de barrilete, que lo tiran muy muy lejos, kilómetro de distancia, está lejísimo, ni siquiera se alcanza a ver.
Pinocho se quedó como quien ve visiones; mas, no queriendo creer lo que le había dicho el papagayo, comenzó a cavar con las manos la tierra que había regado, y cava que cava, abrió un boquete tan grande como una cueva.