Eso lo despertó: un llanto suave, delgado, que quizá por delgado pudo traspasar la maraña del sueño, llegando hasta el lugar donde anidan los sobresaltos.
Durante los treinta minutos que pasó esperando habían nacido diez mil bebés; no existía coro en el mundo capaz de superar la formidable potencia de sus llantos combinados.
Algunos marineros que oyeron el llanto a distancia perdieron la certeza del rumbo, y se supo de uno que se hizo amarrar al palo mayor, recordando antiguas fábulas de sirenas.