Vamos a ver dónde no comer una paella, porque desgraciadamente en muchas ciudades turísticas de España es bastante fácil que te acaben dando gato por liebre.
Mas cuando me acerqué, vi que traía algo colgando de los hombros, un animal que había cazado, parecido a una liebre pero de otro color y con las patas más largas.
Y así empezó la carrera: Astuta y muy confiada en sí misma, la liebre salió corriendo, y la tortuga se quedó atrás, tosiendo y envuelta en una nube de polvo.
Ya estaba Sancho bizmado y acostado, y, aunque procuraba dormir, no lo consentía el dolor de sus costillas; y don Quijote, con el dolor de las suyas, tenía los ojos abiertos como liebre.
Un día, a la tortuga se le ocurrió hacerle una inusual apuesta a la liebre: Tú serás veloz como el viento, pero te aseguro que soy capaz de ganarte una carrera.