El Grupo visitó también el puesto de control policial de Niangoloko e inspeccionó el “registro de movimientos” pero no observó ninguna irregularidad; había habido algunas confiscaciones de pistolas y escopetas artesanales.
Los cañones de las escopetas que habían estado en las perchas de la cabaña yacían ahora afuera, en el montón de cenizas que nadie se atrevió a tocar jamás.
Cuando tenía apenas dos meses de nacido su padre murió de un disparo de escopeta que se infligió él mismo por accidente cuando se disponía a cazar en la selva.