Aunque Hemingway mostraba simpatía por la Revolución cubana, pronto debió abandonar la isla al enterarse que Fidel y sus milicias estaban confiscando todos los bienes de ciudadanos norteamericanos.
De pronto, como le ocurría a menudo, se acordó del libro que le confiscó el rector del seminario a los doce años, y del cual recordaba sólo un episodio que había repetido a lo largo de la vida a quien pudiera ayudarlo.